I
La luz se hizo ángel
y habitó entre nosotros.
En el abismo
En el abismo
como ángeles caídos,
renacemos con las alas heridas
y con la soledad clavada en el rostro.
Renacemos
para amarnos unos con otros,
desde la miseria de nuestros pecados.
Para acercarnos
con las manos olorosas a trigo,
abundantes de vida.
Sólo sentimos
el eco de las palpitaciones
del corazón humano,
dispuesto para nosotros
como lo está un reloj
para el tiempo no eterno.
II
Sin la sombra de Dios
nada resplandece.
Las palabras de nadie,
colapsan los edificios
de las frases triviales,
dichas para no decirse.
El mar
es una visión terrorífica,
infestada de barcos fantasmas.
Un báculo
se tiende a los suplicantes,
asidos a las contemplaciones.
III
El paraíso se abre...
Los ruidos de las bestias,
Los ruidos de las bestias,
se confunden con los de las aguas.
Hombre, ángel, bestia,
desencadenan los furores celestiales...
Se hacen uno para siempre.
IV
Ágiles sin sus alas,
van los ángeles de belleza profana.
Desplumados
de mirada florida.
Calzan la pena,
Calzan la pena,
enervan sus sentidos
en los placeres mundanos.
Bailan
nuevas danzas,
visten
nuevas ropas...ajenas a sí mismos.
Se acicalan
con la dicha
del que ya nada espera,
con la visión perdida
de lo que se ha tenido.
Se regodean
Se regodean
en sus primeros gustos.
¡Ah! los ángeles caídos,
¡Ah! los ángeles caídos,
ya libidinosos,
ya vencidos.
¡Ah! los ángeles caídos
de pieles manoseadas.
Se les ve destructores
y corruptos.
Inciertos
como las promesas...Taciturnos.
¿Quién conoce sus pesares
en las desolaciones?
¿Quiénes entre sus iguales
desmemoriados?