El rostro de Dios…
tiene la blancura de las más altas montañas,
el amarillo del otoño que deshoja
los brazos de los árboles,
la negrura del carbón que se cuece entre las llamas,
el color de los trigales generosos
que se inclinan cargados
y se sueltan para llenar las manos vacías.
El rostro de Dios…
es un hermoso paisaje de rasgos insondables,
un ramillete de gestos bondadosos,
miles de trazos,
miles de líneas que confluyen
para recrear el eterno imaginario.
Parece que le vieras
aún sin verle,
parece que le vieras
en las caras de otros,
casi logras describirle
pero sus ojos se esconden,
su sonrisa no es su sonrisa aunque lo sea,
sus cejas…
son una selva de tonos
y aquella nariz
tiene la belleza de todas las etnias.
¡Cómo me encanta mirarle!,
cómo me encanta descubrirle…
en todas las cosas,
en todos los sitios,
en todos los seres.
El rostro de Dios
es una visión universal.
tiene la blancura de las más altas montañas,
el amarillo del otoño que deshoja
los brazos de los árboles,
la negrura del carbón que se cuece entre las llamas,
el color de los trigales generosos
que se inclinan cargados
y se sueltan para llenar las manos vacías.
El rostro de Dios…
es un hermoso paisaje de rasgos insondables,
un ramillete de gestos bondadosos,
miles de trazos,
miles de líneas que confluyen
para recrear el eterno imaginario.
Parece que le vieras
aún sin verle,
parece que le vieras
en las caras de otros,
casi logras describirle
pero sus ojos se esconden,
su sonrisa no es su sonrisa aunque lo sea,
sus cejas…
son una selva de tonos
y aquella nariz
tiene la belleza de todas las etnias.
¡Cómo me encanta mirarle!,
cómo me encanta descubrirle…
en todas las cosas,
en todos los sitios,
en todos los seres.
El rostro de Dios
es una visión universal.